animales

Desodorante.

El desodorante es prueba de nuestra inconformidad con nosotros mismos. No es que yo esté en contra de tal recurso -todo lo contrario- pero tanto en lo individual como en lo colectivo, no deja de ser curioso lo habituada que está nuestra especie a su uso, al menos en el mundo occidental.

Sabemos que como humanos bastan unas horas después de un baño para que nuestras axilas comiencen a despedir un olor particular; un tufillo rancio y penetrante que a toda costa intentamos apartar de nuestra identidad, como si tal olor fuera ajeno a nuestro cuerpo. Como si no fuéramos nosotros quienes lo despidiéramos al ambiente.

Somos simios. Simios vestidos; más erguidos, más lampiños, más inteligentes. Simios menos olorosos, pero simios, a fin de cuentas.

Me alegro de la existencia del desodorante y de la forma en la cual hace nuestras vidas más llevaderas, al menos en tanto al rol que toca desempeñar a este cosmético. Sin embargo, creo que de vez en vez, nos vendría bien recordar que al usarlo estamos negando parte de nuestra esencia e identidad: somos animales, los más inteligentes y socialmente complejos de todos, pero una especie más como cualquier otra. Somos animales bien vestidos. Unos más que otros.

Qué bueno sería dejar el desodorante mental que nos entumece la conciencia y aleja la percepción sobre nuestro rol en la superficie de este planeta.

Pájaros.

Son ya algunos días en los cuales la intensidad y el entusiasmo con que los pájaros cantan al amanecer han sido apabullantes. Tendrá que ver con el inicio de la primavera, desde luego, (¿cómo pueden saber con tal precisión que la primavera ha comenzado?), la cual se manifiesta en nuestro paisaje de múltiples formas agradables.

Pero los pájaros. Son miles y trinan todos a la vez, objeto de una extraña euforia casi histérica. El repentino calor ha elevado sustancialmente la temperatura de nuestra recámara y también ha de haberlo hecho con sus temperamentos.

Y los pájaros. Irrumpen la oscuridad de la noche todavía por concluir, arrojando gritos por la ventana y terminando así prematuramente con nuestros sueños. Braman revueltos desde ciudades en las copas de los árboles gobernadas por impulsiva cacofonía. Serán las hormonas catalizadas por la primavera, posiblemente, las que se manifiestan en sus gargantas; quizá en territorios más australes la fauna mantenga en este momentos conductas más discretas y acordes al bienestar social.

No así los pájaros. Al menos no estos que nos despiertan y en pandilla arremeten contra la tranquilidad del perro, se benefician de su alimento, beben de su agua y se regodean de su propio vuelo.

Los pájaros.