La ilusión del tiempo

El tiempo es una ilusión. Su transcurrir es falacia artera que manipula cada momento en su sustancia para así otorgar, a su antojo, un sabor peculiar a veces agradable, otras no tanto, pero casi siempre característico y distintivo. Por eso necesitamos relojes en nuestras muñecas y les consultamos frecuentemente, como queriendo registrar patrones y encontrar sentido en lo que percibimos.

No obstante lo anterior, hemos integrado dispositivos capaces de medir y reportar el tiempo en cuanto artilugio es inventado. Nuestros vehículos, nuestros teléfonos, nuestros reproductores de música y hasta los hornos de microondas… parece que cualquier espacio es capaz de albergar un reloj y que ninguno está de sobra, manifestando así nuestra evidente obsesión por conocer el momento de la vida en el que nos encontramos.

Hoy los relojes se confabulan y mueven con pereza sus manecillas. Apenas son capaces de hacerlas girar, pasmosamente, con pesar. Así sucede por momentos que después se convierten en días, o crecen hasta engendrar algunas temporadas. Después se animan y apresuran a recuperar el paso perdido, dejándose impulsar de forma eufórica y con profundo frenesí desenfrenado, poniéndose al día. Poniéndose a tiempo.