Giovanni

Extraña nostalgia.

Anoche me enteré de la venta de la empresa donde trabajé durante 14 años. Fue un periodo sumamente para mí durante el cual se forjó buena parte de mi cultura profesional. Tuve gran afecto por la empresa, así como por aquellos con quienes compartía en ella.

Dejé la empresa el 8 de julio de 2016, hace ya casi 6 años. A partir de allí, mi trayectoria profesional fue completamente distinta, provocándome sentimientos encontrados por algún tiempo, preguntándome por momentos cómo pude osar a dejar la compañía, mientras que en otros me cuestionaba cómo pude haberme tardado tanto en hacerlo. Catorce años es tiempo suficiente para engendrar ciertos demonios, criarlos y encaminarlos hacia la pubertad, esperando no se tornen más fuertes que los propios pensamientos.

De vez en cuando pienso en cómo sería mi vida de haber permanecido allí. Estaría próximo a cumplir 20 años en la empresa y sin conocer mayores detalles, creo que hoy, ante la coyuntura mencionada, me sentiría miserable. Posiblemente así se sientan algunos de quienes allí se encuentran.

Me llama la atención la forma en la cual una persona puede encariñarse con una organización. No necesariamente con quienes la conforman, no con lo que hacen; tampoco con los muebles, los espacios o los edificios, sino con el concepto etéreo que la empresa representa. Quizá sea un fenómeno similar a aquel que permite a los individuos abrazar y enarbolar ideas.

México en pedazos.

México se divide. Ha pasado antes; aquí y allá. Ha sucedido antes en otros países, en otros continentes, pero por primera vez puedo vivir en ello. No es algo agradable.

Por momentos parece suceder algo distinto; algo repentino e imprevisto con lo cual surge la idea de comenzar la reconciliación social, lenta pero correctamente encaminada. Y después, nada sucede. Son solo espejismos, impulsados quizá, por una mezcla de buenos deseos y cierta dosis de desesperanza.

La política ha afectado mis relaciones. Ha cambiado la forma en la que me comunico, pues dejó de ser tema de charla de café para transformarse en una declaración de bando, usualmente asociada a al menos cierto grado de rompimiento cuando dos partes se muestran distintas entre sí. Nada bueno deja ya hablar de política, o de cualquier tema que al final pueda desembocar en política; hoy es más práctico discutir se fútbol o de posturas religiosas.

En un país bien gobernado, la pobreza es motivo de vergüenza. En un país mal gobernado, la vergüenza es motivada por la riqueza.
-Confucio.

Nuestra sociedad arrastra un lastre considerable. Allí se mantendrá en tanto mantengamos diferencias tan profundas. Qué difícil resulta expresarse sin elevarse en el podio de la superioridad moral; qué difícil dar hoy cabida a otras voces.

Nos encontramos en el último tercio del sexenio y lo peor podría no haber sucedido todavía. Las campañas serán brutales, pudiéndose convertir en un catalizador que opere en favor de la reunificación, o bien, una estocada de muerte al tejido social del cual no pueda ya recuperarse. Me debato continuamente entre ambas posturas, detestando carecer de certeza al respecto.

La pérdida de lo irrelevante.

Continuamente pierdo algo. Ya sea un papel arrugado que durante semanas había logrado encontrar un espacio en uno de mis bolsillos; quizá también un recuerdo, una idea, un amigo o un sueño.

Por momentos parece que la historia de la vida consiste en intercalar acumulaciones y pérdidas. Se ganan experiencias, se almacenan como memorias y se pierden en el olvido. Se adquieren perspectivas, se transforman en ideales y se destiñen en la melancolía. Se genera, se mantiene y después desaparece, tal y como ocurre con la propia vida.

La pérdida da sentido, en cierta forma, a todo cuanto nos rodea. Somos, en algún grado, consecuencia de lo que hemos perdido. Y al considerar que no es posible perder algo que no se tuviera previamente, el concepto se torna más completo.

Hace unos días descubrí haber perdido algunos textos. Nada que la humanidad vaya a extrañar, pero eran significativos para mí. Los escribí hace varios años, cuando acostumbraba a redactar algunas cosas sobre astronomía. En realidad, pocas personas mostraban interés por ellos (la astronomía no es particularmente popular, y tampoco lo son los textos sobre ella), pero eran piezas cuya autoría de me proporcionaba cierto orgullo.

Se que he sido error y extravío, que no he vivido nunca, que solamente he existido porque he matado el tiempo con conciencia y pensamiento.
-Fernando Pessoa.

En la búsqueda de dichos artículos, noté la falta de algunos otros textos; todos viejos, acumularon olvido durante décadas antes de haberse perdido en algún lugar del vacío cibernético. Hoy no existen más y de alguna forma, su ausencia brinda cierto componente a la definición de lo que soy como persona.

Así ha sucedido con otras pérdidas. Algunas importantes, otras casi irrelevantes. La pérdida se transforma en complejidad expresada en la personalidad. Hoy me entiendo como el resultado de lo que he obtenido. Y también de lo que he perdido.

Si naciera otra vez.

Si naciera otra vez
Cambiaría tantas cosas sin dudarlo
No perdería el tiempo en tonterías
Perseguiría sueños y coleccionaría alegrías

Si naciera otra vez
Elegiría cuidadosamente los libros que leería
No perdería el tiempo con cine malo
Y quizá hasta hasta a bailar aprendería

Si naciera otra vez
Haría muchos cambios en mi vida
Pensaría mejor mis decisiones
Y evitaría cometer tantos errores

Pero hay algo que jamás lo cambiaría
Tenerte en mi vida cada día
Llenarme contigo de armonía
Si naciera otra vez eso jamás lo cambiaría

Tomarte de la mano y caminar hacia cualquier parte
Contar con tu consejo en cada instante
Compartir un atardecer o una obra de arte
Eso sí que no, nunca lo cambiaría

Si naciera otra vez
La impaciencia me torturaría
En el calendario cada día contaría
Esperando el momento de encontrarte

Si naciera otra vez

Futuro.

Curioso que una compra pequeña pueda generarme nuevos sentimientos. Acabo de registrar un nombre de dominio: su precio estaba rebajado y opté por realizar el registro por el máximo permitido, que es de 10 años. Al recibir el correo con la confirmación de la operación, mi mirada se posó inmediatamente en la fecha de vencimiento: 31 de agosto de 2024. ¡2024!

¿Cómo será mi vida el 31 de agosto de 2024? ¿Seguiré vivo? ¿El planeta continuará existiendo? ¿Habrán autos voladores? ¿Tendré un androide a mi servicio?

10 años parecerían no ser tanto tiempo, pero sin duda no son poco en la vida de una persona. Lo interesante de este asunto es que la operación con el dominio ha logrado concientizarme sobre las pocas, muy pocas decisiones que he tomado con un horizonte de tan largo plazo. Deberían ser más, y estar todas alineadas entre sí.

Sin duda hay varias elecciones que he realizado a largo plazo: mi relación con Lula, invitar a Clío a nuestras vidas, el deseo de emprender… pero es probable que si bien el futuro está completamente inmerso en tales decisiones, no existe en ellas un plazo lejos, en el futuro, donde sea evidente su presencia. Son decisiones del presente que resultan deseables para el futuro, permanentes y perennes. No son de largo plazo, sino de vida.

Espero poder leer estas líneas 10 años en el futuro y ser capaz de recordar algo de este momento. Giovanni del futuro: recibe saludos desde 10 años en el pasado.

Es el amor.

Es el amor un bicho raro
no se le cuenta bien la cantidad de ojos
no se le aprecia el tamaño de los brazos.

A la distancia se le nota grande
casi enorme
entre montañas destaca en el paisaje.

Pero de cerca parece delicado
estilizado y frágil
menudo y grácil.

Es el amor un bicho tímido y curioso
huye del que en su búsqueda ha venido
mientras aborda y somete al desprevenido.

Es el sentimiento más próximo al cielo
el más corto camino al infierno
mantiene un pie en cada reino.

Egoista
no le importa más nada
sin titubeo afronta a la manada

Es el amor un bicho de lo más extraño
tan dócil como peligroso
tan embustero como generoso.

Un día de campo en el glaciar
ir a nadar en el salar
o refugiarse en el centro de la tierra.

Es entrañable y enigmático el amor
pragmático y elaborado
es lo mejor que he me ha pasado.

Desodorante.

El desodorante es prueba de nuestra inconformidad con nosotros mismos. No es que yo esté en contra de tal recurso -todo lo contrario- pero tanto en lo individual como en lo colectivo, no deja de ser curioso lo habituada que está nuestra especie a su uso, al menos en el mundo occidental.

Sabemos que como humanos bastan unas horas después de un baño para que nuestras axilas comiencen a despedir un olor particular; un tufillo rancio y penetrante que a toda costa intentamos apartar de nuestra identidad, como si tal olor fuera ajeno a nuestro cuerpo. Como si no fuéramos nosotros quienes lo despidiéramos al ambiente.

Somos simios. Simios vestidos; más erguidos, más lampiños, más inteligentes. Simios menos olorosos, pero simios, a fin de cuentas.

Me alegro de la existencia del desodorante y de la forma en la cual hace nuestras vidas más llevaderas, al menos en tanto al rol que toca desempeñar a este cosmético. Sin embargo, creo que de vez en vez, nos vendría bien recordar que al usarlo estamos negando parte de nuestra esencia e identidad: somos animales, los más inteligentes y socialmente complejos de todos, pero una especie más como cualquier otra. Somos animales bien vestidos. Unos más que otros.

Qué bueno sería dejar el desodorante mental que nos entumece la conciencia y aleja la percepción sobre nuestro rol en la superficie de este planeta.

Respiro.

Un respiro. Un suspiro.
El sonido del aire exhalado se arrastra
navaja destellan en la oscuridad de la noche
desgarrando el generoso silencio bajo la luna.

El aire entre frío.
Tras recorrer la cavernosa trayectoria de apenas un palmo
se estaciona adentro por unos instantes
garantiza la vida durante los próximos dos segundos.

Aburrido del negro paisaje busca el retorno
gira media vuelta sobre sus talones ligeros
persigue la luz de la luna
y escapa tibio por entre tus fosas.

Un respiro. Un suspiro. Otro más.
La cama navega por aguas amables
inhalas a la izquierda,
exhalas ahora a la derecha.

Tu respiración calma y profunda facilita tu sueño
dificulta el mío
no por sonidos, no por movimientos
sino por la satisfacción de saberme al alcance de tu aliento.

La cuestionable fuerza del hábito.

Si bien a lo largo de mi historia personal el escapar de la cotidianidad se ha convertido en mi estandarte, en mi motivo reiterado y en mi argumento, entonces debo reconocer la manera en la cual he adoptado sin desearlo una cotidianidad que me ha engañado, dado que la lucha en contra de la rutina se deslizó convirtiéndose en una rutina.

De esa forma, no sé si evaluar el resultado como tajantemente positivo o tajantemente negativo. En cualquier caso tengo que enorgullecerme de que hoy por hoy me da lo mismo como sea: sin pretenderlo, me he colocado por encima de ello.

Al analizar mi vida me encuentro con que la cotidianidad no es ya un tema que me obsesione. En buena parte no lo encuentro siquiera interesante. Será esto el resultado de encontrarme inmerso en una concatenación de ligera habitualidad, la cual abrazo con fuerza y me brinda dosis abundantes de comodidad.

Sí: seguro es eso. Y la razón eres tú. Eres el borbotón de la maravillosa sencillez de cada día; ese, de donde brota mi equilibrio, donde yace mi alegría.

Gracias, Lula. Quédate siempre conmigo.

Despedida a una muela enferma.

Ha sido largo el tiempo durante el cual estuvimos juntos y finalmente llega el momento de separarnos.

Pese a los lustros compartidos, son escasos los momentos en mi memoria en donde puedo encontrarte. Has estado presente por siempre, pero tan discreta que apenas me percataba alguna vez de que estabas allí, donde siempre, como siempre.

Quizá por eso abandonaste tu naturaleza inocua. ¿Habrá sido posible que anidaras malos sentimientos, posiblemente de mi poca atención para contigo? Ahora poco importa ya.

Esta será nuestra última noche juntos; mañana habrás de irte para siempre. Si bien estoy seguro de que no regresarás, tu lugar quedará vacío mientras mi vida dure, dejando un vano inútil, alegórico a tu recuerdo.

Creo que no te extrañaré. Sin embargo, por alguna razón más allá de mi comprensión, siento una extraña nostalgia ante la inminente despedida. Es posible que sea el temor del dolor que experimentaré durante las horas próximas quien ahora hable, o quizá solo se trate de una confrontación con la fuerza de la costumbre.

Como sea, te irás. Gracias por haberte formado conmigo y haber sido una parte de mí; por haber estado siempre allí. Desearía haber compartido más tiempo contigo, pero el dolor que me causas solo me permite explorar medidas para extirparte de mi ser.

Adiós, querida muela chueca. Hasta nunca más.