marzo 2013

Corea del Norte en el planeta equivocado.

Corea del Norte quiere aterrorizar al mundo. Y en algunos lugares lo está consiguiendo.

Pruebas nucleares y amenazas no parecen ser la mejor combinación para obtener la gracia y empatía mundial. Parecen los caprichos de un líder inmaduro interesado en exhibirse como un tipo poderoso, aunque en realidad no lo sea tanto. Por momentos me recuerda a aquellos niños en las escuelas, hoy tan en boga identificados como abusadores, quienes de vez en vez patean a algún compañero por el simple gusto de hacerlo.

Sus vecinos, los otros coreanos, sí que tienen más razones para estar nerviosos. Con todo y el apoyo yanqui, los efectos de la proximidad geográfica, la lejanía política y las culturas parcialmente a contrapunto los coloca en una situación poco envidiable, en la cual por cierto, no podría culpárseles por sentirse temerosos.

Corea del Norte parece alejarse cada vez más del mundo. Si pudieran irse a otro planeta seguramente lo harían con gusto, ya sea por no ser molestados, ya por hacer de su criterio el único vigente.

Sus misiles están lejos de ser maravillosos. Su economía no es particularmente deslumbrante y hacer juguetes grandes no es barato. Pero ya ha comenzado y podría convertirse en una mala noticia para los terrícolas de los años por venir.

Pájaros.

Son ya algunos días en los cuales la intensidad y el entusiasmo con que los pájaros cantan al amanecer han sido apabullantes. Tendrá que ver con el inicio de la primavera, desde luego, (¿cómo pueden saber con tal precisión que la primavera ha comenzado?), la cual se manifiesta en nuestro paisaje de múltiples formas agradables.

Pero los pájaros. Son miles y trinan todos a la vez, objeto de una extraña euforia casi histérica. El repentino calor ha elevado sustancialmente la temperatura de nuestra recámara y también ha de haberlo hecho con sus temperamentos.

Y los pájaros. Irrumpen la oscuridad de la noche todavía por concluir, arrojando gritos por la ventana y terminando así prematuramente con nuestros sueños. Braman revueltos desde ciudades en las copas de los árboles gobernadas por impulsiva cacofonía. Serán las hormonas catalizadas por la primavera, posiblemente, las que se manifiestan en sus gargantas; quizá en territorios más australes la fauna mantenga en este momentos conductas más discretas y acordes al bienestar social.

No así los pájaros. Al menos no estos que nos despiertan y en pandilla arremeten contra la tranquilidad del perro, se benefician de su alimento, beben de su agua y se regodean de su propio vuelo.

Los pájaros.

La ilusión del tiempo

El tiempo es una ilusión. Su transcurrir es falacia artera que manipula cada momento en su sustancia para así otorgar, a su antojo, un sabor peculiar a veces agradable, otras no tanto, pero casi siempre característico y distintivo. Por eso necesitamos relojes en nuestras muñecas y les consultamos frecuentemente, como queriendo registrar patrones y encontrar sentido en lo que percibimos.

No obstante lo anterior, hemos integrado dispositivos capaces de medir y reportar el tiempo en cuanto artilugio es inventado. Nuestros vehículos, nuestros teléfonos, nuestros reproductores de música y hasta los hornos de microondas… parece que cualquier espacio es capaz de albergar un reloj y que ninguno está de sobra, manifestando así nuestra evidente obsesión por conocer el momento de la vida en el que nos encontramos.

Hoy los relojes se confabulan y mueven con pereza sus manecillas. Apenas son capaces de hacerlas girar, pasmosamente, con pesar. Así sucede por momentos que después se convierten en días, o crecen hasta engendrar algunas temporadas. Después se animan y apresuran a recuperar el paso perdido, dejándose impulsar de forma eufórica y con profundo frenesí desenfrenado, poniéndose al día. Poniéndose a tiempo.